25.1.08

La conversión de San Pablo: 25 de enero

EXCELSAM PAULI

(Himno en las II Vísperas)

Que la Iglesia celebre la excelsa gloria de Pablo, a quien el Señor transformó admirablemente de perseguidor en su Apóstol.

Pues el mismo que con tanto furor, había arremetido contra el nombre de Cristo, con mayor entusiasmo aún predica ahora el amor de Dios.

Qué mérito tan grande el de Pablo que arrebatado hasta el tercer cielo, escuchó palabras misteriosas, que a hombre alguno es lícito pronunciar.

Al sembrar la semilla de la Palabra, surgía una mies abundantísima, de modo que, del fruto de sus buenas obras, rebosa ahora el granero del Cielo.

Como una lámpara encendida, que invade al mundo con su luz, así pone en fuga las tinieblas del error, para que sólo reine la verdad.


El capítulo 9 de los Hechos de los Apóstoles nos cuenta lo que le sucedió.

1. Tenía una gran personalidad (era hombre con un temperamento y un carácter fuertes).

Perseguía a los cristianos. Era un martillo de herejes. La gracia lo transforma. Desde el momento de su conversión, pone todas sus cualidades al servicio de Dios.

2. Era un apasionado de la verdad. No persigue a los cristianos por maldad, sino –precisamente- porque era una persona recta, que quería dirigir su vida conforme a los dictados de su conciencia (profundamente equivocada).

Actuaba en conciencia y era una persona sincera.


3. Tuvo una gran fortaleza (sufrió naufragios, azotes, expulsiones…). Iba a contracorriente. No tuvo vergüenza en significarse por Dios.

4. La conversión de San Pablo nos recuerda el poder de la gracia. En nuestra vida, es Dios quien lo hace todo. Y sin la gracia no podemos hacer nada.

5. San Pablo se deja ayudar. Obedece a la voz que oye desde el cielo y que le recomienda ir a casa de Ananías.

No se excusa. No pide explicaciones. Los que le acompañaban camino de Damasco no veían ni oyeron a nadie. San Pablo quedó ciego y se dejó ayudar. No pidió a Dios más pruebas.

Ananías, en cambio, no se fía.

Tampoco se fían los demás cristianos de Jerusalén (v. 26) de que realmente San Pablo se hubiera arrepentido y que su conversión fuera auténtica. Quizás pensaron que era una artimaña para infiltrarse entre ellos y capturarlos a todos.

San Pablo tiene que ganarse la confianza de la primitiva comunidad de Jerusalén (v. 28). “Andaba con ellos en Jerusalén, entrando y saliendo, predicando con valor el nombre de Jesús”.

(v. 29) Cuando se convierte se juega la vida por Dios. “Hablaba también y disputaba con los helenistas, aunque estos intentaban darle muerte”.

6. Toda vocación sorprende. Dios sorprende cuando llama. Dios puede transformar en un instante a una persona de perseguidora suya en apóstol.

En nuestra vida, nos sorprenderemos muchas veces de lo que Dios hace. Si nuestra oración es sincera, veremos cómo Dios hace maravillas.

“De que tú y yo nos portemos como Dios quiere, no lo olvides, dependen muchas cosas grandes”.

Pablo lo sufrió todo por amor a Cristo

"Qué es el hombre, cuán grande su nobleza y cuánta su capacidad de virtud lo podemos colegir sobre todo de la persona de Pablo. Cada día se levantaba con una mayor elevación y fervor de espíritu y, frente a los peligros que lo acechaban, era cada vez mayor su empuje, como lo atestiguan sus propias palabras: Olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante; y, al presentir la inminencia de su muerte, invitaba a los demás a compartir su gozo, diciendo: Estad alegres y asociaos a mi alegría; y, al pensar en sus peligros y oprobios, se alegra también y dice, escribiendo a los corintios: Vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos y de las persecuciones; incluso llama a estas cosas armas de justicia, significando con ello que le sirven de gran provecho.

Y así, en medio de las asechanzas de sus enemigos, habla en tono triunfal de las victorias alcanzadas sobre los ataques de sus perseguidores y, habiendo sufrido en todas partes azotes, injurias y maldiciones, como quien vuelve victorioso de la batalla, colmado de trofeos, da gracias a Dios, diciendo: Doy gracias a Dios, que siempre nos asocia a la victoria de Cristo. Imbuido de estos sentimientos, se lanzaba a las contradicciones e injurias, que le acarreaba su predicación, con un ardor superior al que nosotros empleamos en la consecución de los honores, deseando la muerte más que nosotros deseamos la vida, la pobreza más que nosotros la riqueza, y el trabajo mucho más que otros apetecen el descanso que lo sigue. La única cosa que él temía era ofender a Dios; lo demás le tenía sin cuidado. Por esto mismo, lo único que deseaba era agradar siempre a Dios.

Y, lo que era para él lo más importante de todo, gozaba del amor de Cristo; con esto se consideraba el más dichoso de todos, sin esto le era indiferente asociarse a los poderosos y a los príncipes; prefería ser, con este amor, el último de todos, incluso del número de los condenados, que formar parte, sin él, de los más encumbrados y honorables.

Para él, el tormento más grande y extraordinario era el verse privado de este amor: para él, su privación significaba el infierno, el único sufrimiento, el suplicio infinito e intolerable.

Gozar del amor de Cristo representaba para él la vida, el mundo, la compañía de los ángeles, los bienes presentes y futuros, el reino, las promesas, el conjunto de todo bien; sin este amor, nada catalogaba como triste o alegre. Las cosas de este mundo no las consideraba, en sí mismas, ni duras ni suaves.

Las realidades presentes las despreciaba como hierba ya podrida. A los mismos gobernantes y al pueblo enfurecido contra él les daba el mismo valor que a un insignificante mosquito.

Consideraba como un juego de niños la muerte y la más variada clase de tormentos y suplicios, con tal de poder sufrir algo por Cristo".

Fuente: De las homilías de san Juan Crisóstomo, obispo (Homilía 2 sobre las alabanzas de san Pablo: PG 50, 477-480)



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