23.1.08

Pasión por la Verdad

Cuando se tiene rectitud de conciencia, ni se está a merced de los cambios ni se vive de intuiciones. Se actúa de acuerdo con unas normas éticas objetivas, practicando sin ambiguedades el bien y evitando el mal.

Así lo entendió Edith Stein, discípula de Edmund Husserl, el fundador de la ciencia fenomenológica.
Esta mujer, de origen judío, aprendió a razonar sin prejuicios. Según cuenta, había perdido la fe, pero se sentía atraída y comprometida con la verdad.

Un día tuvo una experiencia. Paseaba con una amiga por el casco antiguo de Frankfurt, y al llegar a la catedral se detuvieron un momento para visitarla. Mientras contemplaban la maravilla de su arquitectura, ven entrar a una mujer con su cesta de la plaza; se arrodilla y queda por unos instantes recogida en oración. "Esto me sorprendió mucho", confesaba tiempo después. "A la Sinagoga sólo íbamos para celebrar las fiestas y el culto oficial. Pero allí vi a una mujer que había interrumpido sus negocios cotidianos para hablar confidencialmente con su Dios. Esto nunca lo pude olvidar".

Más tarde, y tras morir en acto de guerra su compañero Reinach, comprende que debe ir a visitar a su viuda para darle el pésame. Pero no acababa de decidirse. ¿Cómo podía consolar a una mujer católica cuando ella era atea? Al final se decide y va. Para su sorpresa, no se encuentra con la persona desesperada y triste que había imaginado, sino con una mujer llena de paz, que por amor a Dios aceptaba su dolor. Aquella joven viuda, con sus palabras le hace pensar, sobre todo cuando le dice que su fuerza la debía a su fe en Jesucristo crucificado y resucitado. "En este momento, mi incredulidad se hundía, y vislumbré por primera vez la fuerza de la Cruz". Tras una profunda crisis interior, sufre por no encontrar aún el último porqué de su vida.

Todo cambia al dar con una biografía de Santa Teresa de Jesús, que lee durante la noche, de un tirón. Al terminar de leerla piensa: "Esta es la verdad".

Es consecuente ante aquel descubrimiento: se compromete. Se bautiza y entrega su vida por entero al Señor. A partir de ese momento, nunca más conocerá el desánimo. "Me siento metida en Dios, tengo paz y seguridad. No es la seguridad autónoma de un adulto que está en pie, por sus propias fuerzas, sobre un terreno seguro; es más bien la seguridad feliz de un niño pequeño que se encuentra en brazos fuertes. Esta seguridad no me parece insensata en absoluto. ¿O sería aquél niño más sensato si continuamente tuviera miedo de que la madre lo dejara caer?

Su compromiso lo lleva hasta el final. Edith está dispuesta a dar su vida por la verdad, por Dios, por su pueblo. En una noche de locura nazi, es conducida primero a los campos de concentración de Amesfoort y Westerbork, en Holanda, y después al terrible campo de exterminio de Auschwitz-Birkenan. En este último, llena de alegría sirve de consuelo a cuantos aguardaban para ser conducidos a la cámara de gas. También ella, junto con su hermana Rosa, entrega su vida.

Demostraba con los hechos que el amor puede más que el odio, que la vida está muy por encima de la muerte. Su testimonio de valentía y compromiso fiel debe hacernos pensar, sobre todo cuando por comodidad uno puede echarse atrás en lo que sabe que es su obligación.

(Aprender a madurar, pp. 65-66).

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