22.1.08

Santa Misa

Santa Misa[1]

La vida interior no es otra cosa que una tarea, un empeño, que consiste en dejarse guiar por el Espíritu Santo y ser dóciles a las mociones interiores –y a veces exteriores- con las que inspira nuestra inteligencia y nuestra voluntad. Por eso la lucha hacia la santidad ha sido explicada por muchos autores espirituales utilizando la imagen de un barco velero que surca un océano. Para alcanzar la ruta, el velero tiene que desplegar las velas y dejarse empujar por el viento. Así, el alma del cristiano que aspira a ir al Cielo ha de estar atento a los vientos que llegan de Dios y abrir el alma para ser empujada por la fuerza de su amor.

La vida interior implica interioridad, penetrar en lo profundo. La interioridad se alimenta de momentos de oración y de momentos de quietud. La vida interior permite que nuestra existencia sea vivida en un continuo acto de fe, de esperanza y de amor, y nos permite llegar a ser contemplativos en medio del mundo.

Hay un algo divino que se esconde en las circunstancias más ordinarias de la vida. Y ese algo divino sólo puede percibirlo quien tiene vida interior.

Tener vida interior es vivir la existencia personal habiendo encontrado a Dios, y profundizando en ese encuentro.

Profundizar en nuestra filiación divina es profundizar en la santa misa, porque el momento central de la filiación divina es la santa misa. En la santa misa nos hacemos uno con Cristo. Y esta unidad la obra el Espíritu Santo.

Aquí entendemos la importancia que tiene la Santa Misa, por su realismo, porque estamos ante la realidad de la presencia de Cristo entre nosotros. En la Santa Misa se hace presente la corriente trinitaria del amor de Dios que se difunde por el mundo.

Una característica muy importante del varón apostólico es amar la Santa Misa[2].

En la Santa Misa somos incorporados a la vida divina. Dios no busca nada en la santa misa, se nos da Él. En la misa somos divinizados, ofrecemos nuestra vida con Cristo, nos fundimos con Dios. En la misa, Cristo se hace contemporáneo nuestro. En la misa nos introducimos en el vivir de Cristo. La intensidad con la que vivimos la misa depende de nuestra fe.

Lucha para conseguir que el Santo Sacrificio del Altar sea el centro y la raíz de tu vida interior, de modo que toda la jornada se convierta en un acto de culto —prolongación de la Misa que has oído y preparación para la siguiente—, que se va desbordando en jaculatorias, en visitas al Santísimo, en ofrecimiento de tu trabajo profesio­nal y de tu vida familiar.... (San Josemaría, Forja, 69).

El cristiano aspira a ser alma de Eucaristía, porque la misa se convierte en el centro de su vida. La misa, dice el Concilio Vaticano II, es “Centrum et radix” de la vida interior (Cfr. Presbiterorum Ordinis, 14).

Don Álvaro glosaba estas ideas y nos ayuda a comprender qué significa que la santa misa es centro y raíz de la vida inteiro:

“En primer lugar, la Misa es centro; debe ser, por tanto, el punto de referencia de cada uno de nuestros pensamientos y de cada una de nuestras acciones. Nada ha de desarrollarse en la vida tuya al margen del Sacrificio eucarístico. En la Misa encontramos el modelo perfecto de nuestra entrega. Allí esta Cristo vivo, palpitante de amor. En aparente inactividad, se ofrece constantemente al Padre, con todo su Cuerpo Místico —con las almas de los suyos—, en adoración y acción de gracias, en reparación por nuestros pecados y en impetración de dones, en un holocausto perfecto e incesante. Jesús Sacramentado nos da un impulso permanente y gozoso a dedicar la entera existencia, con naturalidad a la salvación de las almas, embebidos de ese divino afán en que se concreta el modo de vivir lealmente, sin medias tintas, nuestra vocación al Opus Dei” (CF I, 226).

“Si toda nuestra existencia ha de ser corredención, no me olvides que en la Santa Misa adquiere tu vida esa dimensión corredentora, ahí toma su fuerza y se pone especialmente de manifiesto. Por eso, la Misa es la raízCF I, 228). de la vida interior. Hemos de estar bien unidos a esa raíz, y esto depende también de nuestra correspondencia. De ahí que nuestra entrega vale lo que sea nuestra Misa, te concreto parafraseando a nuestro Padre; nuestra vida es eficaz, sobrenaturalmente hablando, en la medida de la piedad, de la fe, de la devoción con que celebramos o asistimos al Santo Sacrificio del Altar, identificándonos con Jesucristo y sus afanes redentores” (

La Santa Misa es el momento cúlmen del encuentro con la Trinidad. En la Eucaristía se da la Trinidad. La meta de la vida cristiana es el encuentro con la Trinidad.

Para crecer en amor de Dios y dar un salto cualitativo en la vida interior podemos esforzarnos en vivir mejor la santa misa: la preparación; la participación activa y devota…

¿Cómo podemos tratar a Dios en cada una de las rúbricas de la misa? Cfr. Es Cristo que pasa, nn. 88-89.

Luchando porque la santa misa sea el centro de nuestro día, amamos a la Iglesia porque “la Eucaristía hace la Iglesia”. La Eucaristía hace la unidad. Y es en la Eucaristía donde se enciende nuestro amor por las almas, porque al hacernos uno con Cristo participamos de sus sentimientos.


[1] Bibliografía: Camino 521-543; Es Cristo que pasa 93-94; Romana 1991/2, D. Pedro Rodríguez; Romana 1999/1, D. Angel García Ibáñez; Cartas de familia 1/05/86; Estatuta 81; De Spiritu 17; Catecismo de la Obra 106.

[2] Camino, 128.

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