La devoción de San Josemaría a los Arcángeles San Miguel, San Gabriel y San Rafael
Hemos de estar muy agradecidos a todas las enseñanzas que nos dio San Josemaría. Hoy nos fijamos en la devoción a los ángeles. Las cosas que enseñaba, las enseñaba porque las vivía. Yo os las enseño –no porque las vivo, que es evidente que no las vivo- para que las viváis también, y me ayudéis a vivirlas.
En el verano de 1932 San Josemaría tenía deseos de hacer un curso de retiro, porque sabe que le ayudaría mucho. Así se cuenta en una biografía[1]:
“Durante todo el verano sintió el sacerdote vehementes anhelos de soledad, de retiro espiritual. A los dos meses de quejarse de ello a su amigo Pou de Foxá, se lee de nuevo en una anotación del primero de junio: Necesito soledad. Suspiro por un retiro largo, para tratar con Dios, lejos de todo. Si El lo quiere, ya me proporcionará ocasión. Allí se posarían tantas cosas como llevo dentro de mí en ebullición; y Jesús, de seguro, puntualizaría detalles importantes para su Obra.
Por fin, en septiembre se arreglaron las cosas. Con autorización del Provincial de los Carmelitas se dispuso a hacer una semana de retiro espiritual en Segovia, en el convento donde reposan los restos de San Juan de la Cruz. El 2 de octubre escribía:
Día de los Santos Ángeles Custodios, vísperas de Sta. Teresita, 1932: ¡cuatro años! También el Señor ha querido recordármelo, enviando una vocación de mujer [...]. Mañana voy a Segovia, a ejercicios, junto a S. Juan de la Cruz. He pedido, he pordioseado mucha oración. Veremos.
Llegó al convento de los Carmelitas Descalzos de Segovia el lunes, 3 de octubre de 1932. Inmediatamente se dedicó a preparar el plan del retiro, que pensaba hacer en completo aislamiento, según era su costumbre, sin recibir charlas ni pláticas de nadie”.
El plan que hizo durante el retiro era muy exigente. “Ajustó su plan de retiro a las exigencias del horario conventual. Se levantaría a las cinco menos cuarto; a las cinco y media tendría una hora de meditación; luego, Santa Misa; a las ocho, desayuno; a las nueve y media, otra hora de meditación. A las once y media, la comida. Por la tarde, otras dos meditaciones de una hora, rosario y lectura. A las seis y cuarto: cena, examen y disciplina. A las diez, luego de haber rezado las preces, acostarse”.
“Las notas de sus primeros días de retiro son breves. Unas líneas bastan para indicar el curso de sus pensamientos.
Día primero. Dios es mi Padre. —Y no salgo de esta consideración [...]. Yo soy de Dios... y Dios es para mí.
Día segundo, miércoles. —O Domine!, tuus sum ego, salvum me fac! —Et a te nunquam separari permittas! —Señor, ¡que no es tan fácil hacerse santo! —Creo muy bien que te dijera la Madre Teresa: “por eso tienes tan pocos amigos”.
Día tercero, jueves. Ni la consideración de la gravedad del pecado, ni la vista de los castigos eternos que mereció y merece, me mueven [...]. Estoy tan frío. A lo más, me voy del asunto para gritar a mi Dios: te amo, porque eres bueno: yo soy un miserable... castígame, pero haz que cada día te quiera más.
De ese tercer día, 6 de octubre, es este apunte:
Hoy, en la capilla de S. Juan de la Cruz (paso allí unos ratos de acompañada soledad todos los días) he visto que, para comenzar las reuniones sacerdotales y todas aquellas otras en que se trate de la O. de D., haremos la siguiente oración [...]: 1/ Veni Sancte Spiritus. 2/ Sancte Michaël, ora pro nobis. —Sancte Gabriel, ora pro nobis. —Sancte Raphaël, ora pro nobis. 3/ In nomine Patris, et Filii et Spiritus Sancti. Amen. 4/ Sancta Maria, Sedes Sapientiae, ora pro nobis.
“El especial significado de estas palabras pasaría inadvertido de no existir otros testimonios autobiográficos concordantes y complementarios, como, por ejemplo, lo escrito en 1941:
Pasaba largos ratos de oración en la capilla donde se guardan los restos de San Juan de la Cruz: y allí, en esa capilla, tuve la moción interior de invocar por vez primera a los tres Arcángeles y a los tres Apóstoles —cuya intercesión pedimos cada día todos los socios de la Obra en nuestras Preces—, teniéndoles desde aquel momento como Patronos de las tres obras que componen el Opus Dei”
“El jueves, 6 de octubre de 1932, haciendo oración en la capilla de San Juan de la Cruz, durante su retiro espiritual en el convento de los Carmelitas Descalzos de Segovia, tuvo la moción interior de invocar por vez primera a los tres Arcángeles y a los tres Apóstoles; S. Miguel, S. Gabriel y S. Rafael; S. Pedro, S. Pablo y S. Juan. Desde aquel momento los consideró Patronos de los diferentes campos apostólicos que componen el Opus Dei. Bajo el patrocinio de San Rafael estaría la labor de formación cristiana de la juventud; de ella saldrían vocaciones para la Obra, que colocaría bajo la advocación de San Miguel, al objeto de formarlos espiritual y humanamente. En cuanto a los padres y madres de familia que participasen en las tareas apostólicas, o formasen parte de la Obra, tendrían por patrono a San Gabriel”.
San Josemaría nos ha enseñado a tener una gran devoción a los ángeles[2]
Aprendió de sus padres a tratar a los ángeles custodios.
“Con frecuencia dirá a alguna hija suya: -Ayer te vi por la calle, de lejos... y, como siempre que os veo, te encomendé a tu Ángel custodio.
Ésta es una costumbre muy arraigada en Escrivá. Un día recibe en Villa Tevere al arzobispo de Valencia, don Marcelino Olaechea, que llega acompañado de un canónigo, secretario suyo. Se abrazan con cariño. Les une una fuerte amistad de muchos años. Aún están de pie, cuando Escrivá pregunta al anciano prelado:
-¿A quién piensa que he saludado primero, al entrar aquí?
-A mí. Me ha saludado a mí, ahora mismo...
-Se equivoca usted, don Marcelino.
-A ver, Josemaría, explíquese...
-Cuando alguien va acompañando a un personaje, hay que saludar primero al personaje ¿no es cierto?
-Sí... y, precisamente hoy, yo vengo con mi secretario...
-No. Usted viene con su Ángel custodio. ¡Él es el personaje!
Hace muchísimos años, quizá más de cuarenta, que no saludo a nadie sin antes saludar a su custodio. Y eso ¡me ayuda tanto a vivir la presencia de Dios!”[3]
Entre 1928 y 1940 el despertador lo tenía roto y no tenía dinero para conseguir otro. Su ángel de la guarda nunca le falló. “Con los ángeles custodios tiene un trato de especial confianza. Al suyo le pide incontables «servicios»: desde que le ayude a encontrar un papel que ha perdido, hasta que le despierte por las mañanas. Durante años le llama «mi relojerico» porque, no disponiendo de un reloj fiable, recurre a él para que le avise a tal y a cual hora”[4].
San Josemaría tenía una constante relación de amistad con su ángel custodio.
Quizás podemos concretar un momento o dos del día en el que nos acordemos del ángel de la guarda: cuando saludamos al Señor en el Sagrario; al acostarnos o al levantarnos…
EL ANGEL CUSTODIO[5]
-Presencia continua del Angel Custodio.
-Devoción. Ayuda en la vida ordinaria y en el apostolado.
-Acudir a su auxilio en la vida interior.
I. Además de la creación del mundo visible y del hombre, Dios quiso también difundir su bondad dando el ser a los ángeles, criaturas exclusivamente espirituales, de una perfección altísima.
Los ángeles, espíritus puros -sin composición de materia o cuerpo-, son las criaturas más perfectas de la creación. Por una parte, su inteligencia procede con una simplicidad y agudeza de las que el hombre es incapaz, y su voluntad es más perfecta que la humana. Por otra parte, al estar ya elevados a la visión beatífica, son criaturas glorificadas que ven a Dios cara a cara. Esta mayor excelencia, por naturaleza y por gracia, constituye a los ángeles en ministros ordinarios de Dios -que quiere servirse corrientemente de causas segundas en el gobierno del mundo-, y les capacita para influir sobre los hombres y los seres inferiores. "El nombre que la Sagrada Escritura les atribuye indica que lo que más cuenta en la Revelación es la verdad sobre las tareas de los ángeles respecto a los hombres: ángel quiere decir, en efecto, mensajero" (1).
En muchos lugares del Nuevo y del Antiguo Testamento se nos habla de ellos, y de tal manera es patente su presencia que es inseparable de la acción salvadora de Dios en favor de los hombres (2).
Además de intervenir en acontecimientos singulares de la historia humana, los ángeles actúan continuamente en la vida personal de los hombres, pues "la providencia de Dios ha dado a los ángeles la misión de guardar al linaje humano y de socorrer a cada hombre" (3). Son una muestra más de la bondad divina con nosotros, y por eso socorren, animan, confortan, y nos llaman al bien, a la confianza y a la serenidad. Todo un libro del Antiguo Testamento está dedicado a relatar la ayuda de un arcángel, San Rafael, a la familia de Tobías (4). Sin dar a conocer su condición angélica, acompaña al joven Tobías en un largo y difícil viaje, y le presta consejos y servicios inestimables; al final de la narración, él mismo se presenta: Yo soy Rafael, uno de los siete santos ángeles que presentamos las oraciones de los justos y tienen entrada ante la majestad del Santo (5). El Señor conocía bien la conducta honrada de aquella familia: Cuando orabais (...) yo presentaba ante Dios vuestras oraciones. Cuando enterrabas a los muertos, también yo te asistía. Cuando con diligencia los sepultabas (...) yo estaba contigo (6).
Nuestra vida es también un largo camino, y al final de ella, cuando con la ayuda de la gracia estemos en la casa de nuestro Padre Dios, el Angel Custodio también podrá decirnos: "yo estaba contigo", pues los Angeles Custodios tienen la misión de ayudar a cada hombre a alcanzar el fin sobrenatural al que es llamado por Dios. Yo mandaré un Angel delante de ti -dijo el Señor a Moisés- para que te defienda en el camino y te haga llegar al lugar que te he dispuesto (7).
Agradezcamos al Señor que haya querido encomendarnos a estos príncipes del Cielo tan inteligentes y eficaces en su operación, y manifestemos frecuentemente la estima que les profesamos.
II. Los Hechos de los Apóstoles narran algunos episodios que nos enseñan la solicitud de los ángeles por el hombre: la liberación de los Apóstoles de la prisión, y sobre todo la de Pedro, amenazado de muerte por Herodes; o la intervención de un ángel en la conversión de Cornelio y de su familia, o el que lleva al diácono Felipe hasta el ministro de la reina Candace, en el camino de Jerusalén a Gaza (8).
El Papa Juan Pablo II citaba estos hechos a modo de ejemplo en su catequesis sobre los ángeles. Y comenta: "se comprende cómo en la conciencia de la Iglesia se ha podido formar la persuasión sobre el ministerio confiado a los ángeles en favor de los hombres. Por ello, la Iglesia confiesa su fe en los ángeles custodios, venerándolos en la liturgia con una fiesta especial, y recomendando el recurso a su protección con una oración frecuente, como en la invocación del "Angel de Dios". Esta oración parece atesorar las bellas palabras de San Basilio: "Todo fiel tiene junto a sí un ángel como tutor y pastor, para llevarlo a la vida"" (9).
Esta oración del "Angel de Dios", que tantos cristianos han aprendido de labios de sus padres, suele tener en los países de lengua castellana esta versión, con ligeras variantes: Angel de Dios, bajo cuya custodia me puso el Señor con amorosa piedad, a mí que soy vuestro encomendado, alumbradme hoy, guardadme, regidme y gobernadme. Amén. Es una oración breve que sirve desde que se tienen pocos años de edad, y continúa haciéndonos bien cuando ha pasado ya buena parte de la vida y seguimos teniendo la misma necesidad de protección y amparo. Si hacemos el propósito de tratar más al Angel de la Guarda durante el día de hoy, no dejaremos de notar su presencia y recibiremos muchas gracias y ayudas por su mediación. Además de su auxilio espiritual, nos prestará su apoyo y colaboración en las pequeñas necesidades de la vida ordinaria: encontrar algo que habíamos perdido, acordarnos de un asunto olvidado que nos es necesario tener presente, ser puntuales... En todo aquello que se ordena a la gloria de Dios -y todo lo humano recto puede ser ordenado y dirigido- podemos contar con la ayuda de nuestro Angel de la Guarda (10).
También podemos relacionarnos con los Angeles Custodios de nuestros amigos, de modo particular en la tarea de acercarlos al Señor y de evitar que se alejen de Él: sugiriendo un oportuno cambio de conversación, apoyando una iniciativa para que se acerquen al sacramento de la Penitencia o para que asistan a un medio de formación ascética o doctrinal...
La piedad cristiana considera desde antiguo que allí donde se encuentra reservada la Santísima Eucaristía hay ángeles adorando constantemente a Jesús Sacramentado. El arte cristiano, recogiendo la piedad popular, ha representado muchas veces a los ángeles que rodean las custodias con las caras tapadas con sus alas, porque se consideran indignos de estar en su presencia. ¡Tan grande es su majestad! Pidámosles nosotros que nos enseñen a tratar con amor a Jesús, realmente presente en el Sagrario, y a la vez con la mayor reverencia que podamos.
III. A pesar de la perfección de la naturaleza espiritual, los ángeles no tienen un poder y una sabiduría divinas; no pueden leer en el interior de las conciencias, pues no poseen un saber ilimitado. Por eso es necesario que les demos a conocer lo que necesitamos de ellos en cada ocasión. No hacen falta palabras; pero sí es necesario dirigirse a ellos con la mente, pues su inteligencia está capacitada para conocer lo que imaginamos y pensamos explícitamente. De ahí la frecuente recomendación de fomentar una honda amistad con el propio Angel Custodio.
En el orden sensible, el trato con el Angel Custodio es menos experimentable que el de un amigo de la tierra, pero su eficacia es mucho mayor. Sus consejos vienen de Dios y penetran más profundamente que la voz humana; su capacidad para oírnos y comprendernos es inmensamente mayor que la del mejor amigo; no sólo porque su permanencia a nuestro lado es continua, sino porque penetra mucho más hondamente en lo que necesitamos o expresamos.
Es muy valiosa la asistencia que nos puede prestar en nuestra vida interior, facilitando nuestra piedad, orientándonos en la oración mental y en las oraciones vocales, y particularmente en la presencia de Dios. Nuestro Custodio pondrá a raya la imaginación si se lo pedimos, cuando persista en dificultarnos el trabajo o el trato con Dios. Nos sugerirá de algún modo propósitos de mejora, o una manera sencilla y práctica de concretar algún buen deseo que hasta entonces permanecía inoperante. Siempre tendremos el recurso confiado de rogarle que se dirija por nosotros al Señor, diciéndole lo que, por nuestra torpeza, no sepamos expresar en la oración personal (11), o nos sugiera en la dirección espiritual las palabras adecuadas para vivir plenamente la sencillez y la sinceridad, después de hacer junto a él el examen de conciencia. En la debilidad, su trato nos tornará más serenos.
La misión del Angel Custodio comienza en la tierra, pero tendrá su cumplimiento en el Cielo, porque su amistad está llamada a perpetuarse para siempre. Su contenido es tan íntimo y personal que los vínculos de amistad sobrenatural que nacieron en la tierra permanecerán en el Cielo. En el momento en que demos cuenta a Dios de nuestra vida será el gran aliado. "Él será quien, en tu juicio particular, recordará las delicadezas que hayas tenido con Nuestro Señor, a lo largo de tu vida. Más: cuando te sientas perdido por las terribles acusaciones del enemigo, tu Angel presentará aquellas corazonadas íntimas -quizá olvidadas por ti mismo-, aquellas muestras de amor que hayas dedicado a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo.
"Por eso, no olvides nunca a tu Custodio, y ese Príncipe del Cielo no te abandonará ahora, ni en el momento decisivo" (12). Será nuestro mejor amigo aquí en la tierra y más tarde en la eternidad.
(1) JUAN PABLO II, Audiencia general 30-VII-1986.- (2) Cfr. IDEM, Audiencia general 9-VII-1986.- (3) CATECISMO ROMANO, IV, 9, n. 4.- (4) Cfr. Primera lectura de la Misa. Año I. Tob 11, 5-17.- (5) Tob 12, 15.- (6) Cfr. Tob 12, 12-14.- (7) Ex 23, 20.- (8) Cfr. Hech 5, 18-20; 12, 5-10; 10, 3-8; 8, 26 ss.- (9) JUAN PABLO II, Audiencia general 6-VIII-1986.- (10) Cfr. G. HUBERT, Mi ángel marchará delante de ti, Palabra, 7ª ed., Madrid 1985, p. 155.- (11) Cfr. J. ESCRIVA DE BALAGUER, Forja, n. 272.- (12) IDEM, Surco, n. 693.
[1] Vid. Vázquez de Prada, pp. 459 y ss.
[2] Cfr. Entrevista sobre el fundador del Opus Dei a D. Álvaro -en catalán-, p. 153. Se recogen algunas anécdotas. Vid. Capítulo X, devociones.
[3] El Hombre de Villatevere
[4] Ibidem
[5] Hablar con Dios, viernes 9 semana TO.