6.1.08

La buena semilla

La buena semilla

Lc 8, 4-15

En aquel tiempo, se le juntaba a Jesús mucha gente y, al pasar por los pueblos, otros se iban añadiendo. Entonces les dijo esta parábola: –Salió el sembrador a sembrar su semilla. Al sembrarla, algo cayó al borde del camino, lo pisaron, y los pájaros se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, y, al crecer, se secó por falta de humedad. Otro poco cayó entre zarzas, y las zarzas, creciendo al mismo tiempo, lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena, y, al crecer, dio fruto al ciento por uno. Dicho esto, exclamó: –El que tenga oídos para oir, que oiga. Entonces le preguntaron los discípulos: –¿Qué significa esa parábola? El les respondió: –A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del Reino de Dios; a los demás, sólo en parábolas, para que viendo no vean y oyendo no entiendan. El sentido de la parábola es éste: La semilla es la Palabra de Dios. Los del borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el diablo y se lleva la Palabra de sus corazones, para que no crean y se salven. Los del terreno pedregoso son los que, al escucharla, reciben la Palabra con alegría, pero no tienen raíz; son los que por algún tiempo creen, pero en el momento de la prueba fallan. Lo que cayó entre zarzas son los que escuchan, pero con los afanes y riquezas y placeres de la vida, se van ahogando y no maduran. Lo de la tierra buena son los que con un corazón noble y generoso escuchan la Palabra, la guardan y dan fruto perseverando”.

La semilla es la Palabra de Dios que hay sembrada en nuestra alma. Jesús nos dice con esta parábola que hay tres tipos de cristianos, según saben o no acoger en sus vidas esa semilla:

Un primer tipo de cristianos son los que están al borde del camino. Son las personas frívolas y superficiales, que no calan las cosas de Dios, a los que no les entra la formación sobrenatural, y muchas veces tampoco la humana. No se toman en serio la vida. Les resbalan las cosas de Dios. Corren el serio peligro de condenarse eternamente. Los del borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el diablo y se lleva la Palabra de sus corazones, para que no crean y se salven

Otro tipo de cristianos son los que tienen el alma como un “terreno pedregoso”. Son personas en apariencia buenas, pero que no hacen oración, que no tratan a Dios. Tienen buenas disposiciones –al menos mejores que los que están al borde del camino-, pero como no rezan, no interiorizan y no tienen vida interior y, por lo tanto, no dan fruto. En este grupo se encuentran los tibios.

Eres tibio si haces perezosamente y de mala gana las cosas que se refieren al Señor; si buscas con cálculo o "cuquería" el modo de disminuir tus deberes; si no piensas más que en ti y en tu comodidad; si tus conversaciones son ociosas y vanas; si no aborreces el pecado venial; si obras por motivos humanos (San Josemaría, Camino, n. 331).

Es muy importante -para querer a Dios y ser buenos cristianos- hacer oración.

“Para entender a Jesús resultan fundamentales las repetidas indicaciones de que se retiraba “al monte” y allí oraba noches enteras “a solas” con el Padre. Estas breves anotaciones descorren un poco el velo del misterio, nos permiten asomarnos a la existencia filial de Jesús, entrever el origen último de sus acciones, de sus enseñanzas y de su sufrimiento. Este “orar” de Jesús es la conversación del Hijo con el Padre, en la que están implicadas la conciencia y la voluntad humanas, el alma humana de Jesús, de forma que la “oración” del hombre pueda llegar a ser una participación en la comunión del Hijo con el Padre” (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, p. 29).

Más que dedicar mucho rato a hacer oración, lo importante es ser constante y hacerla todos los días. Para dar fruto hay que rezar.

El Señor sembró en tu alma buena simiente. Y se valió —para esa siembra de vida eterna— del medio poderoso de la oración: porque tú no puedes negar que, muchas veces, estando frente al Sagrario, cara a cara, El te ha hecho oír —en el fondo de tu alma— que te quería para Sí, que habías de dejarlo todo... Si ahora lo niegas, eres un traidor miserable; y, si lo has olvidado, eres un ingrato.

Se ha valido también —no lo dudes, como no lo has dudado hasta ahora— de los consejos o insinuaciones sobrenaturales de tu Director, que te ha repetido insistentemente palabras que no debes pasar por alto; y se valió al comienzo, además —siempre para depositar la buena semilla en tu alma—, de aquel amigo noble, sincero, que te dijo verdades fuertes, llenas de amor de Dios.

—Pero, con ingenua sorpresa, has descubierto que el enemigo ha sembrado cizaña en tu alma. Y que la continúa sembrando, mientras tú duermes cómodamente y aflojas en tu vida interior. —Esta, y no otra, es la razón de que encuentres en tu alma plantas pegajosas, mundanas, que en ocasiones parece que van a ahogar el grano de trigo bueno que recibiste...

—¡Arráncalas de una vez! Te basta la gracia de Dios. No temas que dejen un hueco, una herida... El Señor pondrá ahí nueva semilla suya: amor de Dios, caridad fraterna, ansias de apostolado... Y, pasado el tiempo, no permanecerá ni el mínimo rastro de la cizaña: si ahora, que estás a tiempo, la extirpas de raíz; y mejor, si no duermes y vigilas de noche tu campo (San Josemaría).

Y el tercer tipo de cristianos, son los que viven enzarzados. Su alma está llena de zarzas y espinos. Los espinos pueden ser internet, la televisión, el móvil, el ipod, el mp5, la música… no es que estas cosas sean malas, sino que se hacen malas cuando no se utilizan bien y nos apartan de Dios. Internet –para muchas personas- no es que sea malo... es muy malo, malísimo. Hay gente que sabe divertirse, que sabe utilizar los bienes de esta tierra para lo que están hechos, y hay otros que no, que se convierten en esclavos de esos mismos bienes porque ponen el corazón en ellos y su alma se convierte en un zarzal, y ellos en unos pobres hombres.

Que cosa tan desagradable es encontrarse con alguien que tiene el corazón puesto en su música, en sus juegos, en su rato para no se sabe qué... El corazón hay que ponerlo... en cosas buenas, limpias y nobles… y todos hemos de poner el corazón en Dios.

No lo dudes: el corazón ha sido creado para amar. Metamos, pues, a Nuestro Señor Jesucristo en todos los amores nuestros. Si no, el corazón vacío se venga, y se llena de las bajezas más despreciables (San Josemaría).

Un ejemplo de alguien que no puso el corazón en Dios es Simón el Fariseo, que invita a Jesús a comer a su casa, pero no tiene detalles de delicadeza con Él... hace las cosas sin cariño, sin amor.

La semilla que cae en tierra buena representa el alma de la gente sencilla y humilde. Es el alma de los pecadores, pero que saben amar a Dios, y dan fruto.

El fruto no lo producimos nosotros mismos con nuestras virtudes, sino Dios con su gracia.