6.1.08

Direccion Espiritual. Bartimeo

Momentos de oscuridad. La dirección espiritual, medio normal por el que Dios actúa en el alma. Fe y sentido sobrenatural en este medio de crecimiento interior.

1. “Ocurrió –leemos en el Evangelio (Lc 18, 35-43)– que al llegar a Jericó había un ciego sentado junto al camino mendigando”. Algunos Padres de la Iglesia señalan que este ciego a las puertas de Jericó es imagen de quien se encuentra a oscuras en su alma. Muchas veces esta situación está causada por pecados personales, cuyas consecuencias no han sido del todo zanjadas, o por la falta de correspondencia a la gracia: quizá el polvo que levantamos al andar nuestras miserias forma una nube opaca, que impide el paso de la luz (Es Cristo que pasa, 34); en otras ocasiones, el Señor permite esa difícil situación para purificar el alma, para madurarla en la humildad y en la confianza en Él. En esa situación es lógico que todo cueste más, que se haga más difícil, y que el demonio intente hacer más honda la tristeza, o aprovecharse de ese momento de desconcierto interior.

Sea cual sea su origen, si alguna vez nos encontramos en ese estado, ¿qué haremos? El ciego de Jericó –Bartimeo, el hijo de Timeo– nos enseña el camino: dirigirnos al Señor, siempre cercano, hacer más intensa nuestra oración, para que tenga piedad y misericordia de nosotros. Él, aunque parece que sigue su camino, nos oye. No está lejos. Pero es posible que nos suceda lo que a Bartimeo: “Y los que iban delante le reprendían para que se callara”. El ciego encontraba cada vez más dificultades para dirigirse a Jesús, como nosotros “cuando queremos volver a Dios, esas mismas flaquezas en las que hemos incurrido, acuden al corazón, nublan el entendimiento, dejan confuso el ánimo y querrían apagar la voz de nuestras oraciones” (San Gregorio M., Homilías sobre los Ev., I, 2, 3). Es el peso de la debilidad o del pecado, que se hace sentir.

2. Tomemos ejemplo del ciego: “Pero él gritaba mucho más: Hijo de David, ten piedad de mí”. Jesús se paró en el camino cuando daba la impresión de que seguía hacia Jerusalén y mandó que llamaran al ciego. Cuando Bartimeo se acercó, Jesús le dijo: “¿Qué quieres que te haga?” Ut videam, que vea, Señor. Y Jesús le dijo: “Ve, tu fe te ha salvado. Y al instante vio, y le seguía, glorificando a Dios”.

A veces será difícil conocer las causas por las que el alma pasa esa situación difícil en la que todo parece costar más. No sabremos quizá su origen, pero sí el remedio siempre eficaz: primero, la oración. Cuando se está a oscuras, cegada e inquieta el alma, hemos de acudir, como Bartimeo, a la Luz. Repite, grita, insiste con más fuerza, "Domine, ut videam!" –Señor, ¡que vea!... Y se hará el día para tus ojos, y podrás gozar con la luminaria que Él te concederá” (Surco, 862).

3. Junto a la oración, la sinceridad y la docilidad en la dirección espiritual.

Jesús, Señor de todas las cosas, podía curar a los enfermos –podía obrar cualquier milagro– del modo que estimara oportuno. A algunos los curó con una sola frase, con un simple gesto, a distancia... A otros por etapas, como al ciego del que nos habla San Juan (Jn 9, 1). Hoy es frecuente que dé la luz a través de otros.

Nadie, de ordinario, puede guiarse a sí mismo sin una ayuda extraordinaria de Dios. La falta de objetividad con que nos vemos a nosotros mismos, las pasiones... hacen difícil, quizá imposible, hallar esos senderos, a veces pequeños, pero seguros, donde encontramos la dirección justa. Por eso, desde muy antiguo, la Iglesia, siempre Madre, aconsejó ese gran medio de progreso interior que es la dirección espiritual. No esperemos gracias extraordinarias, en los días corrientes y en aquellos en que más necesitamos luz y claridad, si no queremos utilizar aquellos medios que el Señor ha puesto a nuestro alcance. ¡Cuántas veces Jesús espera la sinceridad y la docilidad del alma para obrar el milagro! El Señor nunca niega su gracia.

4. Nuestra intención, al acercarnos a la dirección espiritual, es la de aprender a vivir según el querer divino. En el mismo San Pablo, a pesar del inicio extraordinario de su vocación, Dios quiso después seguir con él un camino normal, es decir, formarlo y transmitirle su voluntad a través de otras personas. Ananías le impuso las manos y “al instante cayeron de sus ojos una especie de escamas y recobró la vista” (Hech 9, 18).

En quien nos ayuda vemos al mismo Cristo, que enseña, ilumina, cura y da alimento a nuestra alma para que siga su camino. Sin este sentido sobrenatural, sin esta fe, la dirección espiritual quedaría desvirtuada. Se transformaría en algo completamente distinto: un intercambio de opiniones, quizá. Este medio es una gran ayuda y presta mucha fortaleza cuando lo que realmente deseamos es averiguar la voluntad de Dios sobre nosotros e identificarnos con ella.

La conciencia de que, a través de aquella persona que cuenta con una gracia particular de Dios, nos acercamos al mismo Cristo, determinará nuestra confianza, la delicadeza, la sencillez y la sinceridad en este medio. Bartimeo se acercó a Jesús como quien camina hacia la Luz, a la Vida, a la Verdad, al Camino. Así nosotros, porque esa persona es un instrumento del Señor, a través de quien nos comunica gracias semejantes a las que habríamos obtenido si nos hubiéramos encontrado con Él en los caminos de Palestina. En la continuidad en la dirección espiritual, semana tras semana, se va forjando el alma; y, poco a poco, con derrotas y con victorias, vamos construyendo el edificio sobrenatural de la santidad. Un cuadro se pinta pincelada a pincelada, un libro se escribe página a página, con amor paciente, y una maroma capaz de aguantar mucho peso está tejida por un sinfín de hebras finas.

Si llevamos bien este medio de dirección espiritual, nos sentiremos como Bartimeo, que seguía en el camino a Jesús glorificando a Dios, lleno de alegría.

«Tota pulchra es Maria, et macula originalis non est in te!» –¡toda hermosa eres, María, y no hay en ti mancha original!, canta la liturgia alborozada. No hay en Ella ni la menor sombra de doblez: ¡a diario ruego a Nuestra Madre que sepamos abrir el alma en la dirección espiritual, para que la luz de la gracia ilumine toda nuestra conducta! –María nos obtendrá la valentía de la sinceridad, para que nos alleguemos más a la Trinidad Beatísima, si así se lo suplicamos (Surco, 339).