Nuestro refugio y protección. Acudir al Sagrario. Él nos prestará todas las ayudas necesarias. Cerca del Sagrario, ganaremos todas las batallas. Almas de Eucaristía.
1. Camino a Jerusalén. Jesús dejó escapar del fondo de su corazón esta queja hacia
Al final de nuestra vida, Jesús será nuestro Juez y nuestro Amigo. Mientras dure nuestro peregrinar, su misión es salvarnos, dándonos todas las ayudas que necesitemos. Desde el Sagrario, Jesús nos protege de mil formas. ¿Cómo podemos tener la imagen de un Jesús distanciado de las dificultades que padecemos, indiferente a lo que nos preocupa?
No dejemos de acompañarlo. Esos pocos minutos que dure la Visita serán los momentos mejor aprovechados del día. “¡Ah!, y ¿qué haremos, preguntáis algunas veces, en la presencia de Dios Sacramentado? Amarlo, alabarlo, agradecerle y pedirle. ¿Qué hace un pobre en la presencia de un rico? ¿Qué hace un enfermo delante del médico? ¿Qué hace un sediento en vista de una fuente cristalina?”, se pregunta San Alfonso Mª de Ligorio (Visitas al Santísimo Sacramento, 1).
Cuenta D. Álvaro: “Su amor a la Eucaristía se reflejaba en muchos detalles, hasta en el modo de poner unas flores junto al tabernáculo. Nos decía: Cuando pongáis una flor junto al Sagrario, dadle un beso y decidle al Señor que queréis que ese beso se consuma, como se consumirá la flor, como se consume la lamparilla del Sagrario, alumbrando, señalando dónde está el Señor” (Memoria del Beato Josemaría, cap. 9).
3. Nuestra confianza en que saldremos adelante en las pruebas, peligros y padecimientos no está en nuestras fuerzas, siempre escasas, sino en la protección de Dios, que nos ha amado desde la eternidad y no dudó en entregar a su Hijo a la muerte para nuestra salvación. El mismo Jesús se ha quedado cerca, en el Sagrario, quizá a no mucha distancia de donde vivimos o trabajamos, para ayudarnos, curar las heridas y darnos nuevos ánimos en ese camino que ha de acabar en el Cielo. Basta que nos acerquemos a Él, que espera siempre. Nada de lo que nos puede ocurrir podrá separarnos de Dios, como nos enseña San Pablo (Rom 8, 31-39), pues “si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará en Él todas las cosas?... ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez o el peligro o la espada?” Nada nos podrá separar de Él, si nosotros no nos alejamos.
Aunque el Señor permita tentaciones muy fuertes o que crezcan las dificultades familiares, y llegue la enfermedad o se haga más costoso el camino..., ninguna prueba por sí misma es lo suficientemente fuerte para separarnos de Jesús. Es más, con una visita al Sagrario más próximo, con una oración bien hecha, nos encontraremos con la mano poderosa de Dios y podremos decir: “Omnia possum in eo qui me confortat” (Fil 4, 13). Todo lo puedo en Aquel que me conforta. “Porque estoy convencido –continúa el Apóstol (Rom 8, 38-39)– de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni las cosas presentes, ni las futuras, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni cualquier otra criatura podrá separarnos del amor de Dios, que está en Cristo Jesús”.
Es un canto de confianza y de optimismo que hoy podemos hacer nuestro. Si nos mantenemos muy cerca de Jesús, presente en la Eucaristía, venceremos en todas las batallas, aunque a veces parezca que perdemos. El Sagrario será nuestra fortaleza, pues Jesús se ha querido quedar para ampararnos, para ayudarnos en cualquier necesidad. “Venid a Mí...” (cfr. Mt 11, 28), nos llama todos los días.
4. La serenidad que hemos de tener no nace de cerrar los ojos a la realidad o de pensar que no tendremos tropiezos y dificultades, sino de mirar el presente y el futuro con optimismo, porque sabemos que el Señor ha querido quedarse para socorrernos.
De las mismas dificultades de la vida, resultará un gran bien, y nunca estaremos solos en las circunstancias más difíciles. Si en estas ocasiones se agradece tanto la cercanía de un amigo, ¿cómo será la paz que alcanzaremos junto al Amigo, en el Sagrario más próximo? Allí hemos de ir enseguida a encontrar el consuelo, la paz y las fuerzas necesarias. “¿Qué más queremos tener al lado que un tan buen Amigo, que no nos dejará en los trabajos y tribulaciones, como hacen los del mundo?” (Vida 22, 6-7), escribe Santa Teresa de Jesús.
5. Cuando ya podía vislumbrarse que iba a ser perseguido, Santo Tomás Moro fue llamado a comparecer ante el tribunal de Lambeth. Moro se despidió de los suyos, pero no quiso que le acompañaran, como era su costumbre, hasta el embarcadero. Sólo iban con él William Roper, esposo de Margaret, la hija mayor y su predilecta, y algunos criados. Nadie en el bote se atrevía a romper el silencio. Al cabo de un rato, y de improviso, susurró Tomás al oído de Roper: “Son Roper, I thank our Lord the field is won”: Hijo mío Roper, doy gracias a Dios, porque la batalla está ganada. Roper confesaría más tarde no haber entendido bien el significado de esas palabras. Más tarde comprendió que el amor de Moro había crecido tanto que le daba esta seguridad de triunfar sobre cualquier obstáculo. Era la certeza del que, sabiéndose cercano a su último combate, esperaba que el Señor no le abandonaría en el momento supremo. Si nos mantenemos cerca de Jesús, si somos almas de Eucaristía, como solía decir San Josemaría, Jesús nos cobijará, como las aves a sus polluelos, y siempre, ante los mayores obstáculos, podremos decir de antemano: la batalla está ganada.
¡Sé alma de Eucaristía! ‑Si el centro de tus pensamientos y esperanzas está en el Sagrario, hijo, ¡qué abundantes los frutos de santidad y de apostolado! (Forja, 835).