6.1.08

Fortaleza

Necesidad de esta virtud. No confundir la bondad con la debilidad. Capacidad de exigirse. Intransigentes con nosotros mismos. Forjar la personalidad.

1. La realización del bien requiere fortaleza; es decir, capacidad de exigirse, de vencer la inclinación contraria al sufrimiento, al trabajo, a las dificultades. Nada serio puede hacerse en esta vida sin que cueste. El mundo está hecho de tal manera que todo lo que vale cuesta. Si queremos hacer algo, tendremos que vencer la resistencia del propio cuerpo a moverse, la resistencia de las cosas a ser movidas, y también muchas veces la resistencia de otras personas, a quienes molesta y disgusta nuestro movimiento.

El Señor lo advirtió ya a sus discípulos: “El Reino de los Cielos se alcanza a viva fuerza y los que se la hacen son los que lo arrebatan” (Mt 11, 12). No es empresa para hombres cobardes ni para quienes no estén dispuestos a sufrir un poco.

2. Una desgraciada confusión ha llevado a identificar, a veces, a los hombres débiles con los buenos. Es verdad que uno de los frutos de la vida cristiana es la bondad y la mansedumbre, que se manifiesta en un trato afable, en la disposición a perdonar, en el comportamiento generalmente pacífico. Pero, en un hombre de Dios, ese temple tiene que ir unido a la fortaleza. Si no, no sería capaz de servir a Dios; porque servir a Dios es muchas veces costoso. Los hombres con quienes el Señor ha querido construir su Iglesia han sido siempre gentes con capacidad de sufrir y de exigirse.

Contamos con el ejemplo de San Pablo, que enumera con sencillez lo que le ha costado seguir al Señor: “Cinco veces recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno. Tres veces fui azotado con varas; una vez apedreado; tres veces naufragué; un día y una noche pasé náufrago en el mar. Viajes frecuentes; peligros de ríos, peligros de salteadores, peligros de los de mi raza, peligros de los gentiles, peligros en ciudad, peligros en despoblado, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; trabajos y fatiga; noches sin dormir muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez. Y aparte de otras cosas, mi responsabilidad diaria: la preocupación por todas las Iglesias” (2 Cor 11, 24-28). Evidentemente, no a todos pide el Señor lo mismo; pero sin un poco de ese temple recio, no seríamos capaces de dar un paso en su servicio: “esforzaos por fortalecer vuestro corazón todos los que esperáis en el Señor” (Sal 30, 25).

3. Si no somos capaces de trabajar cansados o un poco enfermos, el valor de nuestra vida se reduce a la mitad, porque cansados o enfermos estaremos muchas veces. Se ha dicho que las guerras las ganan los soldados cansados. En realidad, la capacidad de exigirse es la clave del éxito de muchas actividades: el deporte, la música, la danza, los negocios, el estudio, requieren mucho sacrificio para dar fruto; y lo mismo sucede con nuestra vida cristiana: No me seas flojo, blando; ya es hora de que rechaces esa extraña compasión que sientes de ti mismo (Camino, 193).

Hemos de aprender a ser intransigentes con nosotros mismos en lo que se refiere al cumplimiento de nuestros deberes: al trabajo, al estudio, a los deberes de familia, los deberes cívicos, los deberes de caridad, etc. No podemos pasarnos por alto los engaños que nos llevan a retrasar lo que cuesta, a empezar por lo más grato, a dejar las cosas cuando nos aburren y a permitir que, sistemáticamente, las cosas queden para mañana: ¡Mañana! se lee en Camino alguna vez es prudencia; muchas veces es el adverbio de los vencidos (251). Hay que vencer todo lo que sea indolencia, negligencia y vagancia en el cumplimiento de las propias obligaciones.

4. Exigirse es una de las claves de la vida ascética.

Exigirse permite, además, exigir a otros, cuando es necesario. Y exigir suele ser necesario en casi todas las tareas de dirección, de gobierno y de educación. Exigir es algo costoso, pero muchas veces es un deber. Por no exigir, se toleran comportamientos injustos, que originan daños en las empresas, en las corporaciones públicas, en las familias. Dejar pasar un abuso y otro es muy cómodo; pero es también una falta de responsabilidad y, a veces, una grave injusticia porque los daños son graves, y afectan a muchos. Un caso muy típico es el de los “niños mimados”. Se trata de chicos a quienes se les ha concedido siempre lo que han pedido. Basta la más mínima protesta, para que se acceda a contentarlos. Y esto da lugar a que se formen personalidades que exigen mucho de los demás, pero que tienen muy poca capacidad o ninguna para exigirse a sí mismos. Así se educan personas que suelen ser sencillamente insoportables.

Escribe el Padre: “Recuerdo su reacción cuando le informaba de alguien con paliativos, excusas o justificaciones: le defiendo yo, con más fuerza que vosotros, como padre y como madre. Pero como padre y como madre tengo obligación de corregir, de ayudar, y os aseguro que no me falta la más plena comprensión con la persona equivocada. Pero si no me preocupara de que rectificasen, no les querría bien. En estos casos el cariño verdadero coincide con la fortaleza en la exigencia” (Memoria del Beato Josemaría, cap. II, 4).

5. La fortaleza es uno de los mejores adornos de la personalidad humana y hace a los hombres valiosos. Era una de las virtudes que más celebraba la antigüedad clásica, porque está en la base de todos los comportamientos heroicos. A aquellos hombres les movía al heroísmo el deseo de que su gloria fuese celebrada por la posteridad. Y es que la fortaleza necesita de un móvil grande. Hace falta un gran ánimo para emprender lo que resulta costoso, y la consideración de los motivos permite que se sostenga el comportamiento heroico. Los antiguos griegos pensaban mucho en esa gloria que veían celebrada continuamente en su cultura. Al cristiano, en cambio, le debe mover el amor de Dios. El amor ha sido siempre uno de los resortes del heroísmo. Por eso es necesario considerarlo; especialmente cuando se experimenta más vivamente el desaliento ante las dificultades. Es el momento de elevar la mirada y recordar con San Pablo que “todo lo puedo en aquel que me conforta” (Fil 4, 13, y con las palabras del salmista, añadir: “pues tú eres mi roca y mi fortaleza” (Sal 31, 4).

Dice el Padre: “El 22 de enero de 1968, le visitó un Supernumerario del Opus Dei, investigador de fama internacional, con muchos doctorados honoris causa. Le recordó Mons. Escrivá de Balaguer que lo más importante para él eran las normas de piedad: son el clavo donde se apoya toda tu vida, y allí encontrarás el descanso y la fortaleza, para esa tarea profesional que has de convertir en oración. Nos explicaba, después, que le daba alegría ver que hombres de esta categoría supieran anteponer el trato con Dios, que también -insistía- supone un descanso -aunque requiera esfuerzo- porque de ahí se sacan fuerzas de la gracia que Dios nos entrega” (Memoria del Beato Josemaría, cap. IV, 1).

Audaces fortuna adiuvat: a los audaces les ayuda la fortuna, rezaba el aforismo clásico. A Dios, también le gusta que sean valientes los que le sirven: “Quiere su Majestad dice la Santa de Ávila y es amigo de almas animosas, como vengan con humildad y ninguna confianza de sí; y yo no he visto a ninguna de éstas que quede baja en este camino” (Vida, 13, 2).

La fortaleza da al cristiano el temple de soldado, necesario para pelear esa batalla por Dios, que sobre todo es contra lo peor de uno mismo. Y es imprescindible para poder sacar adelante las obras de servicio que se quieren hacer por Dios.

Piensa que Dios te quiere contento y que, si tú pones de tu parte lo que puedes, serás feliz, muy feliz, felicísimo, aunque en ningún momento te falte la Cruz. Pero esa Cruz ya no es un patíbulo, sino el trono desde el que reina Cristo. Y a su lado, su Madre, Madre nuestra también. La Virgen Santa te alcanzará la fortaleza que necesitas para marchar con decisión tras los pasos de su Hijo (Amigos de Dios, 141).