El Señor se presenta, en ocasiones, de manera distinta a como nosotros le esperábamos. Desprendimiento para ver a Jesús. Mirar con fe los acontecimientos.
1. Llegó Jesús a la otra orilla del lago, “a la región de los gadarenos”, en tierra de gentiles (Mt 8, 28-34); busca un sitio retirado para descansar con sus discípulos. Allí curó a dos endemoniados que le salieron al encuentro. Cerca del lugar había una piara de cerdos; los demonios le rogaron que, si los expulsaba de estos hombres atormentados, los enviara a
Le rogaron que se alejara de aquel lugar. Fue la gran oportunidad perdida por estas gentes; tuvieron a Dios mismo entre ellos, y no supieron verlo. Quizá nunca más pasó por aquellas tierras. ¡Lo tuvieron tan cerca! ¡y le rogaron que se alejara! ¡A Aquel que llevaba consigo todos los bienes! Para muchos, son los bienes materiales lo que cuenta, y no es raro ver cómo se intenta construir una sociedad en la que el Señor no está presente, no le dejan sitio, “como si Dios no mereciera ningún interés en el ámbito del proyecto operativo y asociativo del hombre” (Juan Pablo II, Ex. Ap. Reconciliatio et poenitentia). Él, que da sentido a todo, es excluido.
2. El Señor ilumina el dolor, la alegría, la vida, la muerte, el trabajo... Y sin Él nada vale la pena. “Exclusión de Dios, ruptura con Dios, desobediencia a Dios; a lo largo de toda la historia humana esto ha sido y es bajo formas diversas el pecado, que puede llegar hasta la negación de Dios y de su existencia, hasta el ateísmo” (Ibid.). En el fondo de muchas actitudes que rechazan o excluyen la verdad sobrenatural se encuentra un radical materialismo práctico, el aprecio a los bienes materiales por encima de todo, impide ver a Jesús, que pasa tan cerca.
Nosotros decimos a Jesús que queremos ponerlo en la cima de todas las tareas humanas, a través de un trabajo profesional, del estudio hecho a conciencia; que queremos que entre de lleno en nuestra vida, en la familia, que dé sentido a lo que somos y a lo que poseemos: a nuestra inteligencia, a nuestro corazón, a la amistad, a los amores limpios de cada uno según su peculiar vocación. Le decimos que queremos estar vigilantes, como el centinela, para darle entrada en el alma, también cuando se presente de una manera distinta a como le esperábamos.
“Repetía, con urgencia sobrenatural, que hemos de dar a cada segundo de nuestra vida vibración de eternidad. En un Círculo de formación, al leer en voz alta semper, praesentia Dei, consideratio nostrae filiationis divinae... ["siempre, presencia de Dios, considerar nuestra filiación divina..."], se detuvo un instante y nos explicó: cuando yo escribía esto, me parecía una ingenuidad, como una cosa innecesaria ponerlo, algo así como si dijese: el corazón, para vivir, tiene que latir siempre. Semper: que lleva consigo estas manifestaciones de desasimiento de nuestro yo, porque es vivir de Dios, por Dios y para Dios.
En otro Círculo, de 1957, nos hacía considerar: es interesante que os deis cuenta del significado del semper. Si no hay lucha por adquirir una presencia de Dios que sea constante, tampoco hay trato con Dios. Hemos de dirigirnos a Él en todo momento, y enseguida surge la consideración de que somos hijos de Dios, que se manifiesta en un vivir continuo cara al Señor, con jaculatorias, con actos de desagravio, con acciones de gracias, todo el día para Él” (Memoria del Beato Josemaría, cap. III, 1).
3. Aquellos gentiles, a pesar del milagro relatado por los porqueros y de ver libres y sanos a los dos endemoniados, no quisieron recibir a Jesús. ¡Cómo se hubieran llenado de bienes sus casas y, sobre todo, sus almas!; pero estaban ciegos para los bienes espirituales. Como ocurre hoy a tantos; muchos tienen sus proyectos para ser felices, y demasiado a menudo miran a Dios simplemente como alguien que les ayudará a llevarlos a cabo.
La gente tiene una visión plana, pegada a la tierra, de dos dimensiones. –Cuando vivas vida sobrenatural obtendrás de Dios la tercera dimensión: la altura, y, con ella, el relieve, el peso y el volumen (Camino, 279).
Algunos cristianos, por estar excesivamente apegados a sus ideas y caprichos, le dicen a Jesús que se retire de su vida, precisamente cuando más cerca estaba y cuando más le necesitaban: al llegar los primeros atisbos de la vocación, o bien la enfermedad, la contradicción..., cuando se han perdido unos bienes materiales que probablemente era necesario perder para recibir al Bien supremo, que llega, en bastantes ocasiones, por caminos distintos a los que ellos deseaban. Quizá le esperaban en el triunfo, y se presenta en la ruina o en el fracaso. Él llega en ocasiones por caminos diferentes a aquellos por los que le esperábamos. ¡Cuántas veces la lógica de Dios no coincide con la lógica de los hombres! Ni sus planes con nuestros planes. Quizá la conversión de aquellos gentiles habría comenzado por la pérdida de estos cerdos, por el desprendimiento que esto suponía; quizá habrían sido los primeros gentiles en recibir el Bautismo después de la dispersión producida con motivo de la primera persecución en Judea. Al final de la vida, a veces mucho antes, veremos cómo encajan esas piezas que parecían sueltas y sin sentido: todas las cosas concurren para el bien de los que aman a Dios.
4. Si no hubiera tenido lugar aquella hecatombe de los cerdos, los porqueros probablemente no habrían bajado al pueblo y sus habitantes no se habrían enterado de que Jesús estaba allí, tan cerca.
¡Qué error tan grande si no supiéramos ver a Jesús que nos visita! Con una lógica distinta a la nuestra, el Señor va disponiendo los acontecimientos para que, con dolor unas veces y con gusto otras, nos vayamos desprendiendo de todo para que Él llene nuestra existencia entera. Muchas veces hemos de pensar en la acción íntima de Dios en nosotros, pues Él dispone hasta la más pequeña circunstancia para que seamos felices, para facilitar el desprendimiento de nosotros mismos, de nuestros proyectos..., para que seamos santos en la vocación que Él ha dispuesto para nosotros. A los ojos de Dios, una sola alma tiene más valor que todo el universo, y las maravillas que Dios opera en lo secreto de nuestras vidas son mucho más extraordinarias que todos los esplendores del cosmos material. Si estos gentiles hubieran comprendido quién estaba delante de ellos, si hubieran captado el prodigio obrado en aquellos dos hombres que fueron redimidos del demonio, ¿qué hubiera importado la desgracia económica, si por ella habían conocido a Jesús? Habrían dado gracias por ella, invitarían a Jesús y habrían organizado una buena fiesta porque el Maestro estaba con ellos y porque habían recuperado a dos hombres de los suyos.
Si miramos con fe los pequeños acontecimientos de nuestra vida, terminaremos siempre dando gracias. ¡Gracias, Señor –le diremos en la intimidad del corazón–, porque Te has presentado, aunque haya sido por donde menos te esperaba!