Ez 34, 11 - 16
Rom 5, 5–11
El Buen Pastor.
Cristo murió por los impíos.
Difícilmente se encuentra uno que quiera morir por un justo. La prueba del amor de Dios: Cristo ha muerto por nosotros que éramos pecadores.
La solemnidad de la ternura de Dios.
Dios, que es un Ser espiritual, tiene corazón. El corazón de Dios es el corazón de Jesús, y en el corazón de Jesús, Dios nos ama.
El Corazón de Dios es un corazón traspasado... por nuestros pecados.
Para explicar cómo es su Corazón, el mismo Dios utiliza una imagen: el buen pastor, que da la vida por sus ovejas. A los primeros cristianos les gustaba representar a Dios con la figura del buen pastor.
Os quitare el corazón de piedra y os lo cambiare por un corazón de carne como el mío (Ezequiel).
Aprendiendo de Dios, hemos de esforzarnos por amar a aquellas personas que no nos caen bien. El Papa Benedicto XVI nos lo ha recordado recientemente:
“Eucaristía, misterio que se ha de ofrecer al mundo. Eucaristía: pan partido para la vida del mundo.
«El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo» (Jn 6,51). Con estas palabras el Señor revela el verdadero sentido del don de la propia vida por todos los hombres y nos muestran también la íntima compasión que Él tiene por cada persona. En efecto, los Evangelios nos narran muchas veces los sentimientos de Jesús por los hombres, de modo especial por los que sufren y los pecadores (cf. Mt 20,34; Mc 6,54; Lc 9,41). Mediante un sentimiento profundamente humano, Él expresa la intención salvadora de Dios para todos los hombres, a fin de que lleguen a la vida verdadera. Cada celebración eucarística actualiza sacramentalmente el don de la propia vida que Jesús ha hecho en la Cruz por nosotros y por el mundo entero. Al mismo tiempo, en la Eucaristía Jesús nos hace testigos de la compasión de Dios por cada hermano y hermana. Nace así, en torno al Misterio eucarístico, el servicio de la caridad para con el prójimo, que «consiste justamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco. Esto sólo puede llevarse a cabo a partir del encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se ha convertido en comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento. Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo». De ese modo, en las personas que encuentro reconozco a hermanos y hermanas por los que el Señor ha dado su vida amándolos «hasta el extremo» (Jn 13,1)” (Sacramentum Caritatis n 88).
Hemos de fomentar sentimientos de amor hacia los que no nos caen bien.
Y también hemos de fomentar sentimientos de amor limpios hacia las personas que nos caen bien, o que incluso nos caen demasiado bien.
No podemos ser modelos glaciares que se pueden admirar, pero que no se pueden amar.
“Su vida afectiva, rebosante de alegría, caudalosa, se avenía malamente con los “ochenta inviernos de gravedad”. Pretendía enjaular los sentimientos, al igual que se esforzaba en poner mesura en su porte. Todo en vano. El corazón se le escapaba. Imposible contenerlo. La intensidad de sus latidos le daba sobresalto. Hasta que el Señor le hizo ver que esa rebosante ternura estaba destinada a El y, por El, a sus hijos, y que en su pecho había una vena inagotable de cariño, limpio y paterno. Lo descubrió el 19 de septiembre, cuando Ricardo vino a entregarle una carta en los Redentoristas:
Vino Ricardo —como dije— y me dio una gran alegría verle. Quiero a mis chicos con toda mi alma. Y mi voluntad siempre es tenerles este afecto, por Cristo. Sin embargo, varias veces esta tarde, me entró el escrúpulo de si ese cariño (que, naturalmente, adquiere más intensidad para aquellos hijos míos, a quienes veo más entregados a la Obra) podría desagradar a Jesús. Hace un instante, me ha hecho Jesús ver y sentir que no le desagrada: porque a ellos les quiero por El; y porque, queriendo a mis chicos tanto, a El le quiero millones de veces más.
Junto a la función de Padre —que había asumido con la plena conciencia de estar sobre la tierra sólo para realizarla el Fundador se sentía llamado a ser maestro y guía de santos. ¿Tiraría por el camino del magisterio y de la sabiduría, tratando de descollar en los estudios y sentar cátedra? O bien, ¿sacrificaría ese noble deseo? Y, después de meditarlo, presentó la respuesta a su director espiritual: Mi camino es el segundo: Dios me quiere santo, y me quiere para su Obra” (Vazquez de Prada, p. 556. Tomo 1).
(Le entra el escrúpulo porque quiere más a los que están mas entregados, pero su amor a la gente estaba purificado por el amor a Dios: “Queriendo a mis chicos, a El le quiero millones de veces mas”).