
“Entró en Jericó y atravesaba la ciudad”.
¿Qué se le había perdido a Jesús en Jericó? Iba de paso, probablemente porque buscaba un encuentro con alguien.
En aquella ocasión Nuestro Señor encontró a Zaqueo; no Zaqueo a Jesús. “Nadie puede venir a mí, si el Padre que me envió no le atrajere” (Jn 6, 44), diría Jesús más adelante.
“Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos y rico”.
Zaqueo es conocido por su oficio, por su poder económico (era rico), y por su posición social (jefe de publicanos). Debió ser un personaje influyente en la vida social y económica de Jericó, un auténtico líder, una persona de una pieza.
Como Zaqueo, todos los cristianos han de cultivar en sus vidas las virtudes humanas del liderazgo. Si queremos influir en la sociedad y recristianizarla, necesitamos prestigio.
“Conductas características del líder:
- Alaba en público y reprende en privado.
- Sabe escuchar, confía en los demás y da confianza.
- Arrastra a otras personas, no las empuja.
- Presta atención a lo grande y a lo pequeño.
- Sabe delegar, sabe convencer, sabe dejar hacer.
- Sabe crear núcleos de compromiso. Sabe escuchar.
- Ninguna oportunidad es insignificante.
- Es un repartidor de esperanza.
- Sabe como ganarse el respeto de las personas que le rodean.
- Sabe motivar a los demás”[1].
“Deseaba ver quién era Jesús”.
Siente el deseo de estar con Jesús. Conocía los milagros y la predicación de nuestro Señor. Se despierta una curiosidad muy natural (el hombre es religioso por naturaleza, y busca a Dios). Sería raro, anti-natural, que no hubiera sentido la necesidad de ver a Jesús. Ese sentimiento lo comparte con una gran muchedumbre.
¿Quiero yo “ver a Cristo”? ¿Hago todo para “poder verlo”? Este problema, después de dos mil años, es tan actual como entonces, cuando Jesús atravesaba las ciudades y los poblados de su tierra. Es el problema actual para cada uno de nosotros personalmente: ¿quiero?, ¿quiero verdaderamente? O, quizá más bien, ¿evito el encuentro con Él? ¿Prefiero no verlo o prefiero que Él no me vea (al menos a mi modo de pensar y de sentir)? Y si ya lo veo de algún modo, ¿prefiero entonces verlo de lejos, no acercándome demasiado, no poniéndome ante sus ojos para no llamar la atención demasiado..., para no tener que aceptar toda la verdad que hay en Él, que proviene de Él, de Cristo?
Zaqueo tiene una curiosidad sin prejuicios.
No podía ver a Jesús a causa de la muchedumbre porque era bajo de estatura.
El encuentro con Jesús no es fácil, exige esfuerzo. No es posible ser cristiano sin sacrificio, sin renuncia. Las dificultades y las luchas son algo ordinario.
Las dificultades que cada uno encuentra en su afán por ver a Jesús son una prueba del interés real, de la sinceridad de nuestro deseo por ver a Jesús.
La muchedumbre es un obstáculo serio para Zaqueo. La muchedumbre que estaba presente murmuraban en su corazón en torno a Jesús: “Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador”. Ellos, aunque estaban en contacto físico con Cristo, sin embargo, en sus juicios y pensamientos andaban lejos de Él. Y como no han querido tener el contacto personal que Zaqueo tuvo, seguirán murmurando a Dios, criticando sus decisiones, y excluyéndose a ellos mismos, de la salvación
Zaqueo era bajo de estatura, pero esto no le impide ver a Jesús. Es bajo, pero es inteligente. Sabe lo que quiere y cómo conseguirlo. Su deseo de ver a Jesús es real.
Para un líder no existen los respetos humanos. El qué dirán le trae sin cuidado. Para una persona que está convencida de que está haciendo lo mejor, tampoco existe el miedo al ridículo. Los que son esclavos de qué dirán, se mueven como marionetas, pensando continuamente en agradar a los demás… nunca serán auténticos líderes, serán “muchedumbre”.
No se asusta de que la acogida de Cristo en la propia casa pudiese amenazar, por ejemplo, su carrera profesional, o hacerle difícil algunas acciones ligadas con su actividad de jefe de publicanos, que, como recaudador de impuestos, no gozaba de la simpatía del pueblo, y menos aún de los judíos que, como pueblo elegido, veía en ello una afrenta.
Zaqueo se sube a un sicómoro.
“Cuando Jesús llegó al lugar, alzando la vista lo vio y le dijo: Zaqueo, baja pronto, porque hoy he de alojarme en tu casa”.
Mientras que Zaqueo sube al sicómoro para conocer a Jesús, resulta que el Señor lo conoce a él y le llama por su nombre: “Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy Yo me quede en tu casa.” Como si lo estuviera esperando desde antes. El necesario esfuerzo que Zaqueo ofrece, le permite recibir la Gracia del Señor siempre otorgada. No es que cuando subió al árbol vio a Jesús, sino que también apreció que era conocido por Él desde siempre.
Jesús habla con autoridad. Le está dando órdenes a un jefe. Y el jefe obedece. Jesús se invita a la casa de Zaqueo.
“Zaqueo bajó aprisa y lo recibió con gozo”.
El encuentro con Jesús provoca alegría auténtica en la vida de Zaqueo, le cambia la vida. Se arrepiente de sus estafas.
Zaqueo no se dejó confundir ni turbar. No se asustó de que la acogida de Cristo en la propia casa pudiera amenazar, por ejemplo, su carrera profesional o hacer difíciles algunas acciones, ligadas con su actividad de jefe de publicanos. Acogió a Cristo en su casa y dijo: "Señor doy la mitad de mis bienes a los pobres y, si a alguien he defraudado en algo, le devuelvo el cuádruplo" (Lc 19,8).
En este punto se hace evidente que no sólo Zaqueo "ha visto a Cristo", sino que, al mismo tiempo, Cristo ha escrutado su corazón y su conciencia; lo ha radiografiado hasta el fondo. Y he aquí que se realiza lo que constituye el fruto propio de "ver" a Cristo, del encuentro con Él en la verdad plena: se realiza la apertura del corazón, se realiza la conversión. Se realiza la obra de la salvación. Lo manifiesta el mismo Cristo cuando dice: "Hoy ha venido la salud a tu casa, por cuanto éste es también hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,9-10). Y ésta es una de las expresiones más bellas del Evangelio.
Cualquier empeño nuestro por acercarnos a Jesús es recompensado como nos dice San Agustín: “Quien consideraba un privilegio el verle pasar tan solo, mereció tenerlo a la mesa en su casa”.
La historia de Zaqueo es la historia de una conversión. “Conversión (metanoia) significa (…) salir de la autosuficiencia, descubrir y aceptar la propia indigencia, la necesidad de los demás y la necesidad de Dios, de su perdón, de su amistad. La vida sin conversión es autojustificación (yo no soy peor que los demás); la conversión es la humildad de entregarse al amor de Otro, amor que se transforma en medida y criterio de mi propia vida”[2].
Jesús se da a sí mismo el nombre de “salvación” en casa de Zaqueo. Quien acoge a Jesús en su vida, acoge la salvación. El cristianismo es la religión de la esperanza. Esperamos que Jesús –que ha venido a salvar lo que estaba perdido- nos salve. Para Dios nada hay imposible. Y la oración lo puede todo.