En muchos lugares del Evangelio se ve como los Apóstoles llaman a Jesús, Maestro.
Y así, el domingo de resurrección el Señor se apareció a María Magdalena junto con otras mujeres que iban a embalsamar el cuerpo del Señor.
Ella en cuanto reconoce a Jesús resucitado, llena de asombro le llamó Rabbuni, que significa maestro.
Y así es. El Señor estaba en medio de sus discípulos como maestro.
Al principio, la Magdalena no le reconoció, pero cuando se dio cuenta de que era Jesús le llamó así.
–Así eres tú, Señor, que nos enseñas y corriges.
El Maestro, aleccionaba y reprendía. Y los Apóstoles aceptaban con humildad las correcciones de Jesús.
El Evangelio, que cuenta también los defectos de los discípulos del Señor, en ninguna ocasión nos dice que los apóstoles se enfadaran por lo que Jesús les decía.
No viene en ningún sitio: «entonces Pedro se rebotó por lo que el Señor le dijo».
Continuamente están los directores corrigiendo y enseñando. Para eso están: representan al Señor.
También nuestros hermanos corrigen. Incluso nosotros los sacerdotes, nos pasamos el día haciendo correcciones. Todos somos las manos de Dios.
En el punto 369 de camino San josemaría decía que la caridad de Jesucristo nos llevará a muchas concesiones nobles; y también la caridad de Jesucristo nos llevará a muchas intransigencias.
En el Evangelio encontramos muchos pasajes donde se ve como el Señor conjuga la fortaleza y la comprensión: dos virtudes que son inseparables en el corazón del que sabe amar de verdad «contemplad hijos míos, lo que Jesús hace por defender todo lo indefendible» comentaba San Josemaría al meditar la escena de la mujer sorprendida en adulterio.
Fortaleza y comprensión que tiene la misma raíz: la verdadera caridad cristiana. Hablando del modo de enlazar el cariño con la exigencia, don Álvaro decía en una tertulia: «no es incompatible una cosa con la otra. Hay incompatibilidad entre querer y ser exigente, cuando estamos en terreno de la sensiblería y del sentimentalismo.
Cuando se ama de verdad, cuando se quiere para la otra persona la felicidad en el cielo y también en la tierra, ya se sabe que a veces hay que dar disgustos. Ser fuertes cuando es preciso, puede suponer meter otra vez en el camino a un alma que se estaba saliendo».
Tenemos una seria responsabilidad sobre la santidad de los demás. Todos somos oveja y pastor. Para compaginar la comprensión y la fortaleza en el trabajo de formación que todos realizamos, es necesario conocer bien a los demás. No se trata de tener información de datos, sino de saber valorar como se les debe ayudar en cada momento.
Para llegar a conocer a nuestros hermanos necesitamos rezar mucho porque rezando poco no se logran discernir los espíritus. El enemigo nos cuela goles. Somos responsables de todas las almas que han pasado a nuestro lado. Y las personas que viven junto a nosotros se encuentran en circunstancias diversas, y tienen que luchar contra defectos contra los que nosotros no tenemos que luchar.
Cuentan con la gracia de Dios que es tan bueno que no nos pide lo que no estamos en condiciones de dar. Por eso es importante saber descubrir en la vida de las personas aquello en lo que no debemos de transigir, porque se causaría un gran daño a sus almas. Y después de descubrirlo ayudar dice de un jefe de gobierno tenía en su mesa de trabajo dos montones de expedientes. Decía que unas cosas se arreglaban con el tiempo, eran las del segundo montón y las del primer montón se arreglaban pasándolas al segundo.
San josemaría no era partidario de ese modo de proceder y decía hay que actuar «a fondo, con caridad y fortaleza, con sinceridad. No caben las inhibiciones. Es equivocado pensar que con omisiones y retrasos se resuelven los problemas». Y a veces, la pereza o la cobardía pueden llevarnos a practicar una paciencia engañosa dilatando una determinación que deberíamos haber tomado cuando el defecto estaba incubándose.
–Señor danos luces para ayudar a todas las almas. Pero sobre todo danos luces y fortaleza para ayudar a los que están cerca.
Si no hiciésemos corrección fraterna terminaríamos comentando con enfado o con ironía lo que nos resultase molesto y convertiríamos pequeños defectos de los demás en grandes problemas, solo porque nos contrariasen a nosotros.
La corrección fraterna se podría ver desde el punto de vista del que la hace. Como un deber.
Pero el motivo de la corrección es la enmienda, por eso lo importante de la corrección fraterna no es hacerla, sino recibirla.
Si no se recibe bien es como arar en el mar. Nadie corrige a una estatua. Si nos corrigen es para que cambiemos. Si no, no sirve de nada la corrección.
Y Si no queremos ser estatuas, al recibir la corrección fraterna hay que pasarse por el oratorio. Como hacía San Josemaría:
Hoy don Álvaro me ha hecho una corrección. Y me ha costado aceptarla. Tanto, que me he ido un momento al oratorio y, una vez allí: "Señor, tiene razón Álvaro y no yo". Pero, enseguida: "No, Señor, esta vez tengo razón yo... Álvaro no me pasa una... y eso no parece cariño, sino crueldad". Y después: "gracias, Señor, por ponerme cerca a mi hijo Álvaro, que me quiere tanto que...¡no me pasa una!".
Casi siempre se habla de la corrección desde el punto de vista del sujeto activo. Hoy vamos a hablar con el Señor desde la perspectiva del sujeto pasivo, que es el más importante.
–Señor tú nos corriges y nos reprendes, porque quieres que cada día ganemos más en caridad.
Precisamente la corrección, con frecuencia, nos va quitando el amor propio. Notamos el escozor. Como cuando el médico nos hace una cura y nos va quitando la suciedad. Si no tuviéramos orgullo la corrección no nos picaría.
–Danos Señor, la humildad para aceptar lo que nos dices Tú a través de otra persona.
Cuando nosotros nos corregimos a nosotros mismos no sentimos ninguna clase de pique. Porque el amor que nos tenemos hace que nos duelan nuestras faltas, pero de distinta forma.
Puede pasar que no tengamos problema en reconocer algún defecto nuestro, pero nos escuece mucho oír que otros nos digan eso mismo.
A veces nos escuece todavía más, si nos lo dice alguien que es más joven que nosotros. Y podemos pensar: «este qué sabrá de la vida» o «pobrecillo, no se da cuenta, es que no se hace cargo de la situación».
Dios nos corrige, y nos seguirá corriendo en la otra vida hasta que no quede rastro de orgullo. Y nos parezcamos a Él, en el Amor.
El Señor nos dice también ahora: Corrijo y reprendo a los que amo.
Pues vamos a considerar que estas palabras: a los que amo, corrijo y reprendo. Dejarse corregir es dejarse querer por Dios.
Nuestro Padre querría a todos sus hijos igual. Pero hay hijos suyos en los que puede apoyarse más. Precisamente los que ponen en práctica sus correcciones.
Sabemos que hubo sacerdotes en la primera hora que fueron la corona de espinas de San Josemaría, porque no le hacían caso.
Estamos en un mes en el que consideramos la figura de nuestro Padre. Somos la continuidad. El Señor nos pide que seamos santos al estilo de D. Álvaro, siendo fieles como fue este hijo suyo.
Pocas personas habrán recibido tantas correcciones de nuestro Fundador, y las encajaba sin molestarse, y no sólo eso sino que las llevaba a la práctica. Dejarse corregir es dejarse querer.
Un director cuenta como, en cierta ocasión San Josemaría lo llamó para que acudiese desde España. Y estando los dos, con D. Álvaro enfermo en cama; le preguntó por un asunto...
Y al oír la respuesta san Josemaría le corrigió con energía. Diciéndole: –que sepas que cosas así sólo he tenido que decir cuatro o cinco.
Y terció D. Álvaro: –pues a mí cuatro o cinco de esas, todos los días.
Ahora decimos al Señor: –Dame la gracia de dejarme corregir y ser fiel a lo que me dicen. Y que me puedan decir las cosas porque hago caso.
Porque con el tiempo parece que tenemos patente de corso para hacer nuestra voluntad. Y damos muchas explicaciones para justificarnos en todo lo que hacemos.
Pero docilidad no es sólo estar en buen plan, sino estar dispuestos a poner por obra lo que nos piden…
Que no sólo tengamos una actitud de docilidad, que nuestra docilidad sea efectiva. Que seamos fieles también en cosas que vayan en contra de nuestra opinión.
Vamos a pedir a la Virgen que como propósito queramos de verdad convertirnos. Y ayudar a la santidad de los demás vivamos este medio que tanto nos ayuda a seguir a su Hijo.
–Señora, que sea.
Fuente: A. Balsera