6.1.08

Filiación divina

Cfr. Javier Echevarría, Itinerarios de vida cristiana, p. 15.


1.
En el principio, creó Dios el cielo y la tierra (Gen 1,1). En el principio existía el Verbo (...) y el Verbo era Dios (...) Todo fue hecho por Él (Jn 1,1-3). En Él fueron creadas todas las cosas (...) Él existe con anterioridad a todo y todo tiene en Él su consistencia (Col 1,16-17). Comenzamos el curso de retiro con esta verdad fundamental que viene expresada en la Sagrada Escritura: Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, aquel que es, que era y que ha de venir, el Todopoderoso (Apoc 1,8). Él es el principio y el fin de todas las cosas: el que está presente en todos los tiempos: el primero y el último, el principio y el fin (Apoc 22,13). Todo lo ha creado la Santísima Trinidad para manifestar su gloria (cfr. Ps 18), y a nosotros a su imagen y semejanza para que la reconozcamos y proclamemos.

La segunda parte de la Summa theologica de Santo Tomás de Aquino, que se refiere a la Teología moral, comienza con esta frase: “Puesto que el hombre fue creado a semejanza de Dios, después de tratar de Él, modelo originario, nos queda por hablar de su imagen, el hombre”.

Esta frase encierra una evidencia: somos criaturas de Dios, hechos a su imagen y semejanza. Esta evidencia es cada vez menos evidente.

“Las personas no deben pensar tanto en lo que han de hacer como en lo que deben ser”[1].

La respuesta a la cuestión de la imagen auténtica del cristiano puede concretarse en una frase; más aún: en una palabra: Cristo. El cristiano debe ser “otro Cristo”.

Y Cristo es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Santo Tomás expresó la idea cristiana del hombre en siete tesis:

Primero. El cristiano es un hombre que, por la fe, llega al conocimiento de la realidad de Dios uno y trino.

Segundo. El cristiano anhela –en la esperanza- la plenitud definitiva de su ser en la vida eterna.

Tercero. El cristiano se orienta –en la virtud teologal de la caridad- hacia Dios y su prójimo.

Cuarto. El cristiano es prudente, es decir, no deja enturbiar su visión de la realidad por el sí o el no de la voluntad, sino que hace depender el sí o el no de ésta de la verdad de las cosas.

Quinto. El cristiano es justo, es decir, puede vivir en la verdad con el prójimo; se sabe miembro entre miembros en la Iglesia, en el Pueblo y en toda Comunidad.

Sexto. El cristiano es fuerte, es decir, está dispuesto al sacrificarse.

Séptimo. El cristiano es comedido, es decir, no permite que su ambición y afán de placer llegue a obrar desordenadamente y antinaturalmente.

La idea del hombre cristiano, como hijo de Dios, como imagen de Dios, tiene que ver con las virtudes[2].

2. Filiación divina: imitar a Cristo. Ser otros Cristos. El modelo de nuestra entrega es Cristo.

Ser hijos de Dios es el mayor don que Dios nos ha concedido: "un don que excede a todos los dones: que Dios llame hijo al hombre, y que el hombre llame Padre a Dios" S. León Magno. Los primeros cristianos también enseñaban a rezar a los niños y a la gente que se convertía con el Padrenuestro. Es la oración más comentada de toda la Sagrada Escritura. San Agustín decía que es la oración más perfecta que existe, porque ahí está condensado todo lo que podemos pedir a Dios.

Dios es un Padre; un Padre que quiere a sus hijos más que todas las madres del mundo juntas pueden querer a sus hijos. En la Sagrada Escritura se dice más de 300 veces que Dios es amor.

El Padre comentaba una vez que "en un viaje a Extremo Oriente me advirtieron que hay que explicar el concepto de paternidad divina… Recuerdo a una persona que, antes de convertirse, cuando se sentaba a leer el periódico, ponía un hijo a cada lado para que le abanicasen".

3. El cristiano es una persona de fe, optimista. Omnia in bonum. Escribía el Padre, en su Carta de mayo de 1988: "El conocimiento de que somos hijos muy queridos de Dios nos moverá poderosamente. En efecto, la meditación frecuente de esta verdad trae consigo unas consecuencias bien precisas en la lucha interior, en el trabajo y en la labor apostólica: en toda la conducta. A impulsos de la piedad filial, la fe se hace inconmovible, la esperanza segura, la caridad ardiente. Ninguna dificultad, de dentro o de fuera, será capaz de remover nuestro optimismo, aunque externamente todo nos resulte arduo. Y como dote inseparable de este don preciosísimo, viene al alma el gaudium cum pace, la alegría y la paz, tan propia de los hijos de Dios en su Opus Dei, para que sembremos abundantemente a nuestro alrededor".

Santo Tomás Moro, cuando estaba en la cárcel y ya lo habían condenado a muerte y esperaba que le cortaran la cabeza, le escribía una carta a su hija Margarita y le decía: “Ten, pues, ánimo, hija mía, y no te preocupes por mi, sea lo que sea lo que me pase en este mundo, nada puede pasarme que Dios no lo quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad, lo mejor”.

El sentido del humor del Papa Juan Pablo II. Comentaba el portavoz de la Santa Sede que era un rasgo muy marcado de su carácter que le llamaba poderosamente la atención porque en una persona joven puede ser algo natural, pero cuando se tiene cierta edad es fruto de la virtud.

4. La filiación divina es una realidad, pero es un proyecto: imitar a Cristo. Y exige esfuerzo, constancia, lucha, empreño. Uno de los primeros de Casa, que pitó en el año 39, trabajó muchos años junto a nuestro Padre –D. Fernando Valenciano-. Contaba que cada vez que leía en un escrito de los que llegaban a Roma “habría que ilusionarse”, “tal persona está ilusionada”… lo tachaba con fuerza y cambiaba la palabra “ilusión” por “empeño”. La ilusión, el entusiasmo, duran poco.

5. Considera frecuentemente su filiación divina quien se empeña por vivir en presencia de Dios.



[1] Eckhart

[2] Ideas tomadas de Pieper, J., Las virtudes fundamentales.