6.1.08

Vocación

Vocación

La Encarnación de Jesús y su nacimiento en un establo son una muestra del amor de Dios por los hombres, por cada uno en particular.

Jesús vino a la Tierra con una misión: traernos la felicidad. Para eso fundó y nos dejó la Iglesia.

Los cristianos de hoy en día podemos ser –si queremos- colaboradores de Dios en esa gran tarea, porque su misión aún no ha concluido.

A lo largo de los siglos han existido personas que comprometieron su vida por entero al servicio de Dios y de la Iglesia, entregándose en alguna de sus instituciones. Muchos han sido canonizados y puestos como ejemplo, otros son santos anónimos.

Dios sigue necesitando colaboradores suyos en la tierra. La mies es mucha, y los obreros pocos.

Quizás nosotros somos una de esas personas a las que Jesús ha llamado como a los primeros apóstoles. Quizás si preguntas a Jesús con sinceridad “¿qué quieres de mi?”, escuchas en el fondo de tu corazón: “ven y sígueme”.

Escuchar a Cristo y adorarlo lleva a hacer elecciones valerosas, a tomar decisiones a veces heroicas. Jesús es exigente porque quiere nuestra auténtica felicidad. Llama a algunos a dejar todo para que le sigan (…). Quien advierte esta invitación no tenga miedo de responderle «sí» y le siga generosamente.

Queridos jóvenes, la Iglesia necesita auténticos testigos para la nueva evangelización: hombres y mujeres cuya vida haya sido transformada por el encuentro con Jesús; hombres y mujeres capaces de comunicar esta experiencia a los demás. La Iglesia necesita santos (Juan Pablo II, mensaje para la JMJ 2004, VIII-04).

Podemos pensar que sí, que Dios puede contar con nosotros, pero si nos lo pide de una manera espectacular. “Quizá sin confesarlo, seguimos pretendiendo que Dios nos dé una señal a la que sea imposible resistir. Estamos tratando de ver y de tocar, como Santo Tomás (Jn 20,24) en un terreno en el que hay que caminar a la luz de la fe. Pretendemos una zarza ardiendo a lo Moisés (Ex 3); o la aparición de un mensajero divino que nos hable, como sucedió a Isaías (Is 6); o un diálogo directo con Dios, sin intermediarios, y sensible, como lo tuvo Jeremías al ser llamado (Jer 1)”.

Aprender a escuchar a Dios

Y no, Dios utiliza medios naturales para decirnos lo que quiere de nosotros. “Dios podría hacer oír su voz montando un escenario majestuoso, un ambiente impresionante y unos truenos ensordecedores. Pero prefiere usar los cauces ordinarios. De un modo conmovedoramente bonito, Dios se esconde en un vientecillo tenue (I Reg 19, 12)”.

“En ocasiones, a fuerza de pretender ver la llamada de Dios sólo en lo que es extraordinario, no llegamos a descubrir la voz del Señor, cuando se esconde en apariencias sencillas. En la complicación y enmarañamiento no está Dios”.

“Viene como la tentación de pensar que quien nos aconseja puede estar empeñado en llevar el agua a su propio molino, hasta el punto de faltar de objetividad… Pero, a la hora de la verdad, corre mayor riesgo de equivocarse quien hace caso omiso de todas las señales que le rodean, y decide cerrar los oídos a cualquier cosa que no sea una ayuda para tranquilizar falsamente su conciencia”.

¡Escucha! No te canses de entrenarte en la difícil disciplina de la escucha. Escucha la voz del Señor, que te habla a través de los acontecimientos de la vida diaria, a través de las alegrías y los sufrimientos que la acompañan, a través de las personas que se encuentran a tu lado, a través de la voz de tu conciencia, sedienta de verdad, de felicidad, de bondad y de belleza.

Si abres tu corazón y tu mente con disponibilidad, descubrirás "tu vocación", es decir, el proyecto que Dios, en su amor, desde siempre tiene preparado para ti[1].

Anécdota de Edu.

Vencer el miedo

¿Acaso no tenemos todos de algún modo miedo –si dejamos entrar a Cristo totalmente dentro de nosotros, si nos abrimos totalmente a él–, miedo de que él pueda quitarnos algo de nuestra vida? ¿Acaso no tenemos miedo de renunciar a algo grande, único, que hace la vida más bella? ¿No corremos el riesgo de encontrarnos luego en la angustia y vernos privados de la libertad? Y todavía el Papa quería decir: ¡no! quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada –absolutamente nada– de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera” (Benedicto XVI, Roma, 24/04/05, homilía en el inicio de su pontificado).

Anécdota de la invitación de boda “eres un cobarde”.

Así, hoy, yo quisiera, con gran fuerza y gran convicción, a partir de la experiencia de una larga vida personal, decir a todos vosotros, queridos jóvenes: ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida” (Benedicto XVI, 24/04/05).



[1] Juan Pablo II, Discurso a los jóvenes, Berna, Suiza, 5/06/04.